Escribir es lo mejor que tengo para expresar lo que siento... Bueno, ahi les va una historia que redacté hace unos cuantos meses...
Tenía un nudo en mi garganta cuando escuché su voz por teléfono. Quería decirle que la amaba demasiado, que a su lado viví los días más maravillosos, que jamás hallaría una compañera tan noble y apasionada como ella, pero no pude. Mi corazón se aceleró y cubrí el auricular para que no escuchase mis gemidos. Respiré profundamente. "Tenemos que conversar", dije. Ella sabía que mis palabras escondían el inevitable quiebre de nuestro cristal de amor. Yo tenía 23 y ella 21, con caracteres tan incompatibles que de tanto chocar ocasionaron un daño irremediable. No sé si fue la decisión más acertada de mi vida porque la herida aún sangra y creo que no cicatrizará jamás.
Nos regalamos amor y nunca hubo la incertidumbre de que algo fallaba en ese sinuoso terreno. La debilidad de la relación vino por el lado de nuestras personalidades. Yo soy sociable pero un poco reservado. No me agrada que me interroguen para sacarme por cucharones lo que me está pasando, sino que la conversación fluya con naturalidad, y abrirme de a pocos. Pero ella nunca lo entendió.
No solo le irritaba que fuese distinto a ella sino que pretendía, en vano, que fuese igual a ella. Debo confesar, sin embargo, que me enseñó la felicidad, que no es perpetua pero sí aflora en algunos instantes que son imborrables de mi mente y mi corazón.
Me había domesticado, estaba a sus pies y ella no hacía abuso de eso, al contrario, me cobijaba en su regazo y me prodigaba un tierno amor que todo hombre anhela.
Pero, ahí estábamos los dos, en la lejanía que conectaba un hilo telefónico, con un frio casi helado anunciando que el calor de nuestro amor se había congelado. "Lo mejor es terminar. Yo ya no puedo más. Los pleitos son muchos y por cosas sin importancia y además siento que ya no te quiero como antes. Nos estamos haciendo mucho daño, perdóname", le dije, con la voz temblorosa. Su llanto no era silencioso sino atropellado con gemidos y pucheros. "No me dejes por favor. Yo te amo mucho. No me dejes". Tuve que ser fuerte pero el nudo otra vez en la garganta me venció y rompí en llanto (aunque no lo crean). Amaba a esa mujer pero le puse fin a la historia más importante de mi vida por el bien de ambos.
Los últimos meses fueron tormentosos. Se volvió insegura, obsesiva y nuestras diferencias se acentuaron. Cuando la llamaba por las noches casi me conminaba a que le dijese que la amaba. Los fines de semana, cuando tenía que preparar un trabajo para la universidad, no respetaba ni un minuto de mi espacio. A veces entraba al Facebook para comunicarme con un amigo, y ahí estaba ella enviando zumbidos a cada rato. Me desesperaba, necesitaba respirar y me ahogaba. Nuestro amor se iba desgastando.
El límite fue un día en que estaba en una reunión familiar y me llamó casi ordenando que hable con ella, que no fuese, a lo que me negué, porque no quería ceder. Discutimos, nos insultamos y me colgó. Nunca lo había hecho, antes. Llegar a ese nivel en nuestra relación no me enfadó pero sí me entristeció hasta el alma. Me arrodillé y lloré como un niño. Ambos sabíamos que ya nada era como antes, que en algún momento nuestras ilusiones se detuvieron, que nos amábamos pero era difícil continuar.
Quería seguir viéndola porque me embargaban esas ganas de volver a vivir los tiempos felices otra vez, pero ella sigue siendo la misma mujer ansiosa, y absorbente, y la misma a la que necesito y extraño en mis días más oscuros y solitarios. La quiero a pesar de las discusiones, pero creo que es en vano esperar que su puesta de sol sea conmigo y que sus ojos me abracen de nuevo.
No es por hacer enojar a la gente, pero esta es mi version de la historia...
Pero ahora, estoy haciendo una vida nueva, comenzando con nuevas amistades, nuevos logros y desafíos :)
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